En la pandemia, la divulgación científica asume protagonismo — pero los ataques vienen, principalmente de ultraliberales y fascistas, temerosos de cambios. sin embargo, el insistir en su “producción neutra”, con recelo de parecer partidario, es un error grave…
Publicado 29/04/2020, 19:14
Desde el inicio de la pandemia, aumentaron exponencialmente los ataques a investigadores y divulgadores de ciencia. Eso sucedió apenas fueron implementadas medidas de distanciamiento social y de paralización de actividades, medidas recomendadas por autoridades científicas y asumidas y justificadas por divulgadores. Las amenazas de violencia física, intentos de invasión de cuentas en redes sociales y plataformas, ataques de connotación sexual (misoginia y homofobia), los periodistas de ciencia y comunicadores científicos pasaron a ser un blanco del mismo tipo de persecución que los profesionales de la información política ya estamos sufriendo hace algún tiempo.
Estos ataques, obviamente lamentables, son una señal de que, en este momento importantísimo, la divulgación científica está cumpliendo su papel, está hablando más allá de la burbuja que, ironicamente, creó para si misma. Más importante, algunos están asumiendo un protagonismo necesario en defensa de la precaución, del cuidado y de la vida, por encima de las demandas de un sistema productivo que se niega parar a despecho de las muertes que produce.
La divulgación científica entró en ruta de colisión con el neofascismo, que hoy es la tropa de choque del neoliberalismo. Es esto lo que explica los ataques, no el argumento bobo contra la polarización. Justamente lo contrario, si hay algo que inmoviliza a la divulgación científica, que la hace inerte para la sociedad, es la incapacidad que ella a veces demuestra señalar cuando la ciencia está siendo instrumentalizada contra lo social. Cuando pretende hablar desde un lugar “neutro”, por encima de la política y lejos de los cuerpos que la sustentam y consumen, termina ilusionándose a si misma de que está asumiendo una posición objetiva. Entonces, de hecho empieza a hablar por los objetos, a hablar en favor de un sistema más dedicado a producir cosas y valor financiero que a sustentar una vida decente de los sujetos.
Eso no significa demandar una ciencia y una divulgación panfletaria o algo así. Es natural que se module el mensaje, que se busque hablar para un público diverso, social y politicamente. Es parte del esfuerzo de ser lo más amplia posible. Pero esto no puede hacernos embarcar en la ola de la negación de la política, que es justamente el efecto que el neofascismo busca producir. Ni tampoco hacernos reacios a condenar lo abominable o examinar racionalmente lo que es absurdo. Distanciamiento vertical no tiene sentido, punto, no precisamos de veinte mil experimentos para señalar eso.
La intersección entre el negacionismo del covid-19 y el negacionismo climático es brutal y esto no es fortuito. El negacionismo climático sólo tiene espacio en los medios y resuena en sectores no científicos porque responde a los intereses de la industria de combustibles fósiles, aquella que se resiste a alterar la ruta de sus ganancias. Del mismo modo, el negacionismo de la pandemia reposa en un neoliberalismo que se niega a parar, que por un lado busca restaurar la “normalidad” a toda costa, instando a las personas a salir a las calles. Por otro, busca la creación de un nuevo normal acelerado por tecnologias de vigilancia y control social. Ellas permitirían la continuidad del sistema, aunque por otros medios, haciendo viable una apertura distante, una vida que se aisla socialmente y sólo entra en contacto mediada por sistemas de información cibernética de comando y control. Son dos lados de una misma moneda, que no sigue lo que la ciencia sociológica y la economia política ya señalaban estar en la fuente del problema: la desigualdad social y económica, que imposibilita los controles sanitarios especialmente en los lugares más pobres.
Algunos sectores empiezan a promover controversias (donde no las hay) porque desean obstaculizar a ciertas medidas y cambios necesarios, que son contrarios a sus intereses. Y estos sectores, en especial esos nuevos conservadores neofascistas, actúan en una “lengua” y en un tipo de conducta, promoviendo conflictos, que es diferente de las controversias rutinarias del medio científico. Historicamente, esos grupos radicales, que normalmente viven en el margen, ganan fuerza justamente en el momento en que emerge una socidedad con los grandes negocios. Es la industria del combustible fósil, por ejemplo, patrocinando a negacionistas climáticos que, a los ojos de los neofascistas, aparecen como adversarios de políticas internacionales de carácter global. Fue lo que sucedió en el Reino Unido de la Era Thatcher, la ascensión del neoliberalismo británico puede ser explicada en parte por la atracción de votos que venían del National Front, que se le dió apenas los conservadores incluyendo al discurso anti-inmigración. En el microcosmo brasileño sucede lo mismo: sectores conservadores impulsaron o fueron cómplices con movimientos neofascistas, en una alianza por los intereses del mercado.
Con fuerza política, los neofascistas van a actuar como neofascistas, o sea, van a entrar en el debate público tratando al adversario político como alguien a ser, en el limite, fisicamente eliminado. Es este corto circuito el que causa extrañeza.
La divulgación científica está habituada con una práctica de debate que tiene dos fuentes principales. Una está prestada de una imagen de la tradición científica y se dá por la contraposición de argumentos considerados como factuales por los diferentes campos científicos y anclados en publicaciones de respeto. Otra es la del nicho, lo que genera una ironia. Aunque la divulgación científica se proponga hablar “para afuera”, para el público, a lo largo de los años ellas constituyeron un afuera que es un dentro de si: a su audiencia cautiva, que conoce a los principales nombres y polémicas del medio.
No es con esa cortesia que el neofascismo se comporta. Su lógica no es el de la guerra constante, con adversarios siendo transformados en enemigos, debiendo ser vencidos (y no convencidos), callados y eliminados. Él seduce y atrae y busca cohesión interna por el odio, por la muerte, y no por el encantamiento o por la transformación.
Las redes sociales hicieron de la comunicación un escenario en que sus agentes se personalizaron y obutiveron estatus de celebridades. No por culpa o necesariamente vanidad de los sujetos, sino porque eso es de la naturaleza de la nueva estructura del mercado de información. Antes la producción de la información aparecia como un proceso más colectivo, con los vehículos ganando la línea de frente en el imaginario público. Hoy la fragmentación de los canales llevó a una disputa que refuerza la personalización y la exposición de si. Cuando todo está bien la confianza de los sujetos queda energizada. Pero, en el momento de los ataques neofascistas, son esos sujetos que física y emocionalmente corren riesgos.
¿Se puede culpar al modelo, en el que las redes sociales son la mejor imagen y las grandes plataformas Big Tech los principales agentes? Se puede, se creó una estructura que aisla múltiples iniciativas y favorece a una competencia inmediatista por clicks derivados de la exposición. Sin hablar en cuanto las empresas de tecnologia e información, con sus algoritmos, impulsan aquello que está “caliente” o es “tendencia” en desmedro de criterios más cualitativos. Pero también es necesario reconocer que la insistencia en pensar en una divulgación científica neutra/inerte, como si fuese ella misma una “ciencia” por encima de todo y de todos, dá la falsa impresión de que es posible hacer comunicación sin política.
Para el problema de las plataformas podemos mirarnos por las experiencias históricas. Cuando los medios broadcast surgieron, a comienzos del siglo XX, hubo un esfuerzo regulatorio importante, fruto de conflictos políticos y de debates en la sociedad, que estableció reglas teniendo en vista la idealización de un debate público racional. En alguns países, en especial los europeos, esas reglas fueron muy bien diseñadas y aplicadas, y son países que en general tienen las mejores políticas públicas. Otros, como EE.UU., incluso construyeron reglas importantes de regulación del mercado de los medios, sin embargo esas normas fueron gradualmente siendo abandonadas por presión de grandes grupos económicos. El mundo ya vivió una ola fascista y medidas de regulación de los medios fueron tomadas también en reacción a eso. Nuestras acciones necesitan inspirarse en las experiencias exitosas del pasado.
Sobre las reacciones violentas típicas del neofascismo, la solución de corto plazo es protegerse y fortalecer los lazos solidarios, recordando que podemos tener divergencias, pero el campo antifascista es uno solo — incluso porque ellos nos ven así. Lo que no podemos hacer es curvarnos, dejar de decir lo que es necesario y esencial porque tenemos miedo de desagradar o parecermos partidarios. Al contrario, la ascensión del neofascismo le debe mucho a la negación de la política, muchas veces un subterfugio para callar a oponentes. A raiz del problema está en esye pacto obscurecido y obscurantista entre neoliberalismo y neofascismo, al que infelizmente le fue dada legitimidad pública. Tiempos de pandemia exigen que no doremos la píldora.