Deutsche Welle
El país tiene una librerías cada 96 mil habitantes – muy lejos de la proporción que la Unesco considera ideal, una cada 10 mil. «Resistentes», pequeños libreros apuestan en nichos para sobrevivir en este mercado.
«Parece un cliché, pero mantener una librería hoy en Brasil es un acto de resistencia. No es fácil.» En tono de desahogo, la frase dicha por el librero, editor y escritor João Varella resume bien la situación de las casas del ramo que existen hoy en Brasil. Él mismo es uno de los que nadan contra el flujo: en 2014, abrió la Banca Tatuí, en São Paulo, y cuatro años más tarde, casi enfrente, la Sala Tatuí.
Mientras tanto, los números que ya no eran buenos sólo empeoraron. De tiempos en tiempos, sin periodicidad fija, la Associación Nacional de Librerías (ANL) hace un censo sobre cuántas librerías existen en el país. En 2014 eran 3.095, hoy son 2.200. Significa que, en Brasil, una librería cierra sus actividades cada tres días, en promedio.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), lo adecuado es que haya una librería a cada 10 mil habitantes. En Brasil, hay una cada 96 mil. «Tenemos un déficit gigantesco en relación al número ideal que seria algo en torno de 20 mil librerías», admite Bernardo Gurbanov, presidente de la ANL.
«La formación de lectores depende más de adecuadas políticas públicas en los ámbitos de la educación y de la cultura que de las acciones de la sociedad civil», él cree. «Lamentablemente, los índices que miden al desempeño escolar y los hábitos de lectura demuestran que estamos frente a un enorme fracaso institucional en lo que respecto a la formación de lectores. Una verdadera tragedia nacional. Se suma a esto la historica fractura social y económica que sufre la sociedad brasileña, fruto de la desigual distribución de los ingresos.»
Para Gurbanov, la reducción en el número de librerías en Brasil es consecuencia de la recesión económica y de los cambios en los hábitos de consumo, luego de la consolidación «de las nuevas tecnologias que hicieron posible la intensificación del comercio online». Si, esa caida acentuada no necesariamente significa que el consumo de libros está aún menor, pero también que las librerías ganaron una competencia de peso – las grandes plataformas de ventas online.
La competencia son las «.com»
Todo este contexto hizo que una figura terminara siendo valorada por determinados nichos culturales: la del pequeño librero, como João Varella, capaz de indicar títulos a medida para su público y atender de forma cálida, personalizada. El presidente de la ANL observa que, en un escenario de cierres de casas del ramo, es ese tipo de librería que no sólo resiste, sino que ganan importancia.
También es el caso de la Librería Páginas, que se autointitula «la menor y más encantadora» de Belo Horizonte. Abierta en marzo de 2020, ella nació con la propuesta de ser «una librería de barrio». «La mayoria [de los consumidores] compra de los gigantes. Lo que hacemos es ofrecer una atención personalizada. Tenemos un Instagram activo con sugerencias literarias y hacemos lives con autores. Atendemos también en delivery. Recibir bien y crear una clientela fidelizada es nuestro propósito», dice la escritora y periodista Leida Reis, fundadora de la librería.
Varella cuenta que en la Banca Tatuí la preocupación está en tener un catálogo de calidad de pequeñas editoriales, «que no llegan a Amazon, principalmente». «El espacio físico trae una experiencia diferente, un vendedor que entiende de publicaciones y puede dialogar con el lector, señalar, provocar, deicr que leer y que no leer. En definitiva, el libro arma una pelea contra este mundo algoritmizado», él filosofa.
«No tenemos mucho para competir [con las gigantes del comercio electrónico], por eso afirmamos otro mundo: el mundo que ellas no ofrecen, que es el mundo del cara a cara y de las muchas dimensiones de vivencias que una librería en la calle ofrece», argumenta el librero Eduardo Ribeiro da Luz Fernandes, de la Librería Casa da Árvore, abierta el año pasado en Rio de Janeiro.
«Para eso, es necesario también atacar a nichos donde las personas son más concientes de este proceso. Si entramos en la lógica de trabajar con los más vendidos, no tenemos como sobrevivir.»
Pequeños catálogos, con curadoria
Cuando volvió a Brasil, luego de vivir en Holanda, Carolina de Albernaz Nesi lamentó el hecho de que su ciudad, Vinhedo, en el interior paulista, no contara con ninguna librería. «Todas habían cerrado», relata.
A lo largo de un año ella fantasió y planificó como abrir un negocio de ese tipo – en Europa, ella había creado una librería enfocada en los expatriados en la ciudad de Delft, donde vivia.
En mayo de este año, finalmente la Duli Delft abrió las puertas en Vinhedo. Para atraer a la clientela, ella apuesta en un catálogo pequeño, pero bien seleccionado. Y algunos items complementan la idea del libro – de chocolates a vinos. «Mi propósito era crear una experiencia para aquellos que frecuentan la Duli», cuenta. «Nuetros títulos promueven la curiosidad, la cultura y el conocimiento.»
En medio a tantas plataformas online, Nesi afirma que «comprar en una pequeña librería pasa a ser una elección del cliente, que sabe claramente cual es el valor agregado de entrar en aquella librería específica».
En el fondo, en lo que esos libreros apuestan es en una conciencia del consumidor – de la misma manera que hay espacio, al final, para aquellos que eligen alimentos más sustentables en las góndolas del supermercado o prefieren adquirir comida directamente del productor.
«Tentamos acceder un público más conciente, que entiende que comprar en el confort de casa, con un precio muy bajo, puede tener consecuencias terribles para el mercado editorial», comenta el librero Fernandes, de la Casa da Árvore.
«Además de eso, siempre buscamos la persuasión positiva, con campañas del tipo ‘vení para la librería’ y ‘viva la librería de calle'», completa. «Lo importante es reforzar la idea de que la compra conciente es una manera de mantener a los pequeños comercios vivos.»
En estas historias, hay también una pizca de idealismo – y mucho amor por los libros. Fernandes suele decir que visitar a una librería en la calle es una experiencia tan subjetiva como abrir un libro físico. «Algo que no existe en otros soportes», defiende.
«Una librería independiente no deja a nadie rico, obviamente. Pero trae muchas experiencias interesantes y señala un camino más humano para la ciudad», argumenta Fernandes. «Vale la pena mantener a una librería para mostrar que tipo de sociedad queremos construir.»